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lunes, 31 de octubre de 2011

HIGUEROTE, LA FRUSTRACION DE UNA ESPERANZA


HIGUEROTE, LA FRUSTRACION DE UNA ESPERANZA

       Una escampada soledad.
       A finales del siglo XVII e inicios del siguiente, comienzan unos intentos poblacionales en el extremo Este de Barlovento, saltando por encima de la entonces desierta y despoblada región. Estos proyectos son de signos distintos y provienen de vertientes diferentes. Unos venían de Caracas, auspiciados por varios Gobernadores ante las invasiones enemigas y la indefensión de esa costa. Los otros tenían inspiración Misionera, y eran el resultado de sus natural expansión evangelizadora.
      Después de haberse apagado en las primeras décadas del Seiscientos la inicial expansión caraqueña hacia Oriente, el espacio que demoraba en esos límites extremos entre las Gobernaciones de Venezuela y Nueva Andalucía, se volvió tierra de nadie por mucho tiempo.
      En la soledad de todo este vasto territorio, que se dilataba desde Guarenas hasta el mar, apenas había alumbrado en las postrimerías de este siglo el pequeño núcleo poblador indígena de Nuestra Señora de la Iniesta de Araguata, de vida transitoria, que se reproduce luego de en los de Marasma o Capaya y de Caucagua. Y ello, no obstante que una sentida necesidad poblacional reclamaba con urgencia el asentamiento urbano en esa zona, sobre todo por haberse convertido en su litoral en nido y refugio de enemigos y piratas que campeaban allí por sus respectos.
       Para remediar esa descampada soledad, en los años finales del seiscientos hubo la intención de fundar en Higuerote y Cabo Codera un pueblo indígena, que sirviera de sustento para una más amplia defensa de la región. Fueron esos proyectos fallidos, apoyados ampliamente por la Corona: del Gobernador Alberro en 1678, que motivó una Real Cédula  de1680; y del marqués de Casal conforme a Cédula de 1690. Como decía esta última Cédula, debía ejecutarse la fundación con indios Píritu realengos en la ensenada del río de Higuerote, en lo último de la jurisdicción de ese gobierno, para mayor seguridad de la Provincia.
      Todos esos proyectos tenían signo caraqueño, y estaban inspirados por la urgencia de proteger a la ciudad amenazada de invasión por ese desguarnecido costado.
      Por el lado de la Provincia de Cumaná, que también tenían sus pretensiones sobre esas tierras, se movieron proyectos pobladores. Pero a diferencia de los caraqueños, éstos tenían una denotación Misionera, y ponían un acento en la evangelización de los que pretendían como suyos. Ya los Religiosos habían aposentado sus pueblos demisiones del Tocuyo y Puruey, en el comedio costero entre el río Uchire y el Cabo Codera, y aspiraban ahora extenderse más allá hacia Higuerote.
       A mediados del siglo XVIII se habían iniciado en firme las Misiones de Religiosos en Venezuela, con el objetivo de pacificar y reducir los indígenas a pueblo. Era un vuelco decisivo en la forma de concebir y solucionar el álgido problema indígena, que continuaba asaeteando las conciencias españolas. De ahí en adelante, y durante más de una centuria y media, la acción civilista y evangelizadora de los abnegados Misioneros se volcará sobre todo el territorio venezolano. Centenares de pueblos, unos que perviven hoy en día y otros que se quedaron en el recuerdo, testifican esa desvelada actuación. En Oriente, los Llanos  centrales, Maracaibo, la región occidental y sus llanos, en todas partes su presencia benéfica se hizo sentir. En Barlovento, Capaya y Caucagua son testimonios de esa desvelada acción misionera.
      En 1656 había tenido lugar el comienzo de las Misiones Franciscanas de Píritu. No es el momento de hablar de su extraordinaria influencia en el desarrollo de esa región Oriental, pero sí de asomar la importante función que cumplieron en la zona extrema de Barlovento y sus expansión hacia la jurisdicción caraqueña. Una región no bien definida en ese entonces, entre las Provincias de Venezuela y Cumaná.

     En su proyección hacia el Oeste, más acá del río Uchire, implantaron algunas reducciones indígenas, recogiendo parcialidades Tomusas no sólo de esos lugares, sino del interior de Barlovento. Fue así como surgieron San Juan de Guaribe y San Pedro de Alcántara de Chupaquire, de vida efímera, o las más permanentes de San Juan Evangelista del Tocuyo y San Juan Capistrano del Puruey. Estas dos últimas poblaciones hacia el lado de barlovento, en terrenos que diputaba por propios la ciudad de San Sebastián del os reyes, dentro de la provincia de Venezuela. Esta colonización misionera se alargaba por esa despoblada costa hacia Tacarigua, Paparo y Cabo Codera, que por el lado caraqueño continuaba siendo una “res nullíus”.

       Y no satisfechos con estos poblamientos de indígenas locales, los Misioneros hacían “entradas” acompañados en ocasiones de escoltas, para buscar en las montañas de la Costa  o en los llanos de Cumaná y Caracas a los indios allí refugiados, para reducirlos a esas poblaciones costeras. Así podía verse, por ejemplo, con el pueblo de San Pedro Alcántara de Chupaquire, que había fundado “en la medianía de la Ensenada de Higuerote entre los ríos Uchire y Cúpira”.

       Como relata Caulín: “para aumentar este Pueblo enviaron los religiosos a algunos Indios del Tocuyo a los llanos, en solicitud de los Indios Infieles, que gustosamente quisiesen salir a recibir la Fe. La primera entrada la hizo el Alférez Francisco Cuacuaru con otros del mismo Pueblo al Río Macayra, que entra al de Orituco, de donde sacaron al Capitán Cápchu con toda su gente. La segunda la hizo el Capitán Francisco Guarintár con otros al sitio del Corozo, nombre de palmas que hay en aquel paraje, y de allí sacó el Capitán Amoco, que estaba retirado con toda su gente desde que quitó la vida a los Religiosos misioneros del Guarive, como ya dije en sus lugar. La tercera la hizo el mismo Guarintár con Joseph Roque, español, y muchos del Tocuyo a la Quebrada Muyareco”.

      Los Indios profugados de las Misiones del Píritu.
    
       Como los límites entre las Provincias de Caracas y Cumaná eran controvertidos, sobre todo entre Cabo Codera y Unare, todas estas acciones Misioneras causaban frecuentes roces y conflictos de jurisdicción, tanto entre las autoridades civiles como entre las eclesiásticas, y aun entre los mismos Misioneros. A ello se sumaba los reclamos por los indios fugitivos de las Misiones de Píritu refugiados en la provincia de Caracas, o que eran llevados allí como9 trabajadores de los hatos y haciendas de esa jurisdicción. Pero la mayoría se escondía en las anfractuosidades de los montes o en las despobladas riberas de los ríos llaneros.
       Ese último era el punto álgido, que motivaba mayores fricciones y constantes quejas de los religiosos Franciscanos de Píritu. Con frecuencia éstos habían requerido a las autoridades caraqueñas los indios profugados  de sus Misiones, pero siempre sin mayor éxito. Privaban muchos intereses en ello, en primer lugar porque los indios contratados para trabajar en los hatos de los llanos y haciendas de las vecindades de Caracas, constituían una considerable ayuda suplementaria a la mano de obra esclava. En segundo lugar, porque los mismos indios apetecían esa vida más libre, que los exoneraba de la tutela y reglamentación de los pueblos misioneros. A lo cual se unía la obtención de salarios y proventos que no conseguían en los pueblos de Misiones.
       Los servicios de los indígenas de Píritu eran solicitados, no sólo desde Caracas sino desde Cumaná y Barcelona. Pero ellos preferían las costas de Caracas y Barlovento, porque  allí les pagaban una vara de coleta por día de trabajo y en Barcelona sólo les daban una quarta por la misma labor.
       La insistencia de los Misioneros por recoger a los indios desertados de sus Misiones motivó diversas Reales Ordenes, pero todas infructuosas, porque las autoridades de Caracas se hacían oídos sordos a esos reclamos. Todo esto impulsó a los franciscanos Observantes de Píritu a pretender fundarse más hacia l Oeste, n la zona de Cabo Codera y Ensenada de higuerote. En esta forma afianzarían sus derechos y podrían extender su influencia evangelizadora hacia los Valles comarcanos de Barlovento. Sus esfuerzos en este sentido abarcan desde los dos últimos decenios del seiscientos a los primeros del siguiente siglo.
      

       El Padre Ruiz Blanco y su proyecto de Higuerote.
       El Padre Matías Ruiz Blanco, Comisario de la Conversiones de Píritu, quién había vuelto a España en 1688 a tratar diverso asuntos d la Misiones, puso mucho empeño en esta gestión. En Informe que dirigía al Rey en abril de 1690, expresaba: “Lo tercero, señor, que se le ofrece poner en vuestra real noticia es lo mucho que se deterioran aquellas misiones por la suma considerable de indios que salen a servir en los valles y hatos y demás haciendas de la provincia de Caracas, en los cuales se quedan amadrigados, olvidando sus casas, hijos y demás obligaciones,  a que cooperan los dueños de dichas haciendas deteniéndolos por servirse de ellos, en grave detrimento de sus conciencias, sobre todo lo cual escribe el superior de las Misiones que habiéndole consultado el Gobernador de Caracas la fundación del pueblo de indios de Píritu en la ensenada de Higuerote, sobre que tiene V Magestad despachadas diversas órdenes, y que habiendo resuelto que la mejor forma que en dicha fundación se puede tomar es mandar recoger todos los indios  que están, de las Misiones, retirados en dichos valles y haciendas de Caracas, y con ellos formar el pueblo, respondió el Gobernador no quería quitarles sus conveniencias a los vecinos, prefiriendo éstas al bien común que se espera para toda la Provincia e ponerse el pueblo en la dicha ensenada de higuerote, y el gran servicio que se hará a Dios en reducir a forma y domicilio más de quinientos indios que está perdidos y in reconocer pastor, de que el informante tiene larga experiencia y noticia”.
       Terminaba su memorial el padre Ruiz Blanco recabando del Monarca un Despacho, “para que el gobernador de Caracas mande recoger todos los indios de Píritu que están en haciendas y hatos de aquella Provincia, para que con ellos se funde el pueblo de la ensenada de Higuerote, que V. Magestad tiene ordenado se funde para el resguardo de la ciudad de Caracas”.
       Estas diligencias, desembocaron en una real Cédula de 25 de noviembre de 1690, dirigida al Gobernador de Caracas, en la cual disponía se recogiesen los indios de Píritu que se hallasen retirados en su jurisdicción, y con ellos fundase un pueblo en la Ensenada de Higuerote “Igueroto”, como lo llamaba.
       Conforme a la relación de dicha Cédula, la misma orden había sido dada al Gobernador Alberro en Cédula de 6 de febrero de 1680, y reiterada luego al Gobernador Melo Maldonado por otra Cédula de 31 de julio de 1686. En esta última Cédula se le había mandado ayudase a los nuevos pobladores con maíz y herramientas, ínterin hacían sus labranzas, y a los vecinos de Caracas que los ayudasen en la nueva población. Ahora le había representado Fray Matías Ruiz Blanco, Comisario de las Misiones de Píritu, lo deteriorada que se hallaban las Misiones por la suma considerable de indios que salían a servir los Valles y haciendas de Barlovento, adonde se quedaban, olvidando  sus casas y demás obligaciones.
       Según le significaba el referido Comisario, decía el Monarca, el único medio de evitar se daño era la fundación del pueblo en la Ensenada de Higuerote. En vista delo cual y con voto favorable del Consejo e Indias, ordenaba al  Gobernador de la Provincia de Caracas que mandase recoger a todos los indios de las Misiones de Píritu, que se encontrasen retirados en los Valles y haciendas de la Provincia, y con ellos fundase el pueblo como estaba dispuesto.
       La dicha Real Cédula obtenida por el Padre Ruíz Blanco,  fue presentada en el Cabildo de Caracas el 1º de diciembre de 1692, pro no tuvo por entonces ningún resultado. Había diversos problemas envueltos en este asunto, que hacía muy difícil su realización. Uno de ellos  era el de la jurisdicción donde pensaba fundar el pueblo. El territorio de Higuerote que Caracas como de su jurisdicción, era reclamado por Cumaná como de su Gobernación. Al extenderse a esa región las Misiones de Píritu, que demoraban en términos cumaneses, podía sustraerse ese territorio a la jurisdicción de la Gobernación de Venezuela.
       Pero la dificultad más grave que envolvía este negocio, era de orden económico. Era notoria  la oposición del Cabildo y hacendados de la Provincia a semejante medida, que los iba a privar de una mano barata y sin complicaciones.
         
      La insistencia Misionera por recoger los indios.

       No obstante las diligencias de diverso orden hechas por los frailes, la evasión de los indios de Píritu  y su radicación en la Provincia de Caracas continuó igual en esos años siguientes. En unas ordenanzas para las misiones de Píritu, formuladas en 1700 por el Gobernador de Cumaná Joseph Ramírez de Arellano, se establecían medidas drásticas para evitar esas fugas indígenas.
       Se prohibía, decía la norma, “que con ningún pretexto se consienta sacar indios de ninguno de los pueblos de estas misiones para que vayan a trabajar a la provincia de Caracas ni a los valles de Capaya, Aricagua, ni otros, ni a los llanos, hatos ni estancias, aunque los mismos indios quieran ir de su voluntad, antes sí se les ha de embarazar; y por el dicho señor Gobernador, muy reverendo Padre Comisario, ni otro ningún Padre misionario, ni por los Corregidores, gobernadores de los indios ni otra ninguna persona que tenga jurisdicción sobre ellos , es ha de poder dar licencia para los dichos viajes, previsto el inconveniente que los más se quedan y envían llamar a otros, temiéndose que con la repetición de este daño se despueblen y acaben algunos pueblos de estas misiones, por lo cual han de velar mucho los Corregidores y los Padres misionarios en no permitir que los indios vayan en ninguna manera para la dicha provincia de Caracas”.
      Al ser examinada por el Consejo de Indias, esta categórica prescripción fue aminorada. Se autorizó la Ordenanza, con la calidad de que no se entendiera con los indios solteros o casados que de su voluntad quisiesen pasar a otra provincia o población, con tal que en ésta estuviesen sujetos a doctrina, llevasen los casados a sus mujeres y familias, y reconociesen al Gobernador.
      Sin embargo, las cosas continuaron en la misma crítica situación denunciada por los Religiosos. En 1709 Fray Cristóbal de molina, Comisario de las Misiones, informaba al Rey sobre la reiterada fuga de los indios a la Provincia de Caracas. Allí se acomodaban a servir a los blanco, que ordinariamente los trataban muy mal y los mantenían por su interés sin doctrina ni pasto espiritual. En unión del Gobernador de Cumaná había reclamado al de Caracas, suplicándole mandase a restituir los indios a sus pueblos de origen, pero ni aun se había dignado darle respuesta.
      Las quejas en este sentido menudeaban. Tal por ejemplo lo hacía el Misionero Fray Francisco Rodríguez en 1714, cuando protestaba ante el Consejo por las actuaciones violentas de los Corregidores de los pueblos de Píritu, que les quitaban el jornal a los indios y os enviaban a trabajar en las haciendas de la Provincia de Caracas. El mismo había visto en el puerto de La Guaira a un lote de indígenas de los pueblos de Píritu, enviados por un Corregidor para hacerle un cañaveral  a su hermano, en tierras de Caracas.
      Y el mimo citado Fray Cristóbal de Molina, en carta de 1717 dirigida al Gobernador de Cumaná Don José Carreño, se refería a las extorsiones que le habían hecho a los Misioneros de Píritu los Oficiales de Real Hacienda de Caracas, en cuya Caja se les pagaban sus emolumentos. En especial se quejaba e Don Andrés de Urbina, quien para facilitarles la correspondiente mesada les exigía el envío de braceros indios de las Misiones, para laborar en sus haciendas de Barlovento. Los indios más cercanos a esas haciendas eran los Puruey y Tocuyo, a los cuales debía rogar el  Prelado de esas Misiones, que si iban a trabajar a la Provincia de Caracas lo hiciesen con el referido Urbina.
      Por esa misma época, el Comisario de las Misiones de Píritu reiteraba al Gobernador de Cumaná que los indios fugitivos a la Provincia de Caracas, casi igualaban en número a los que estaban poblados. La única solución era asentarlos en Higuerote, como estaba ordenado en Reales Cédulas. En los que respecta a los Misioneros estaban  prestos a formar esos pueblos, pero necesitaban la acción oficial. No obstante los muchos obstáculos, ellos habían “ideado la formación de dos, uno por la parte de santo Domingo de Arahuita y otro por la de San Juan del Tocuyo”. Pero la reciente implantación de Corregidores y el Cobro de tributo a los indios, les había alejado esos proyectos.
      Junto a la aspiración Misionera de fundar un pueblo de indígenas en la Ensenada de Higuerote, surgió también la de establecer uno o dos pueblos de españoles en las cercanías de esa región, que sirviesen de contención a los indígenas y de apoyo al misionero, pero todas esas ideas quedaron en el aire, frustrados los proyectos  Misioneros por la oposición y resistencia que encontraban.

       Don Alejandro Blanco Villegas, Capitán Poblador de Higuerote.

       Así transcurren las dos primeras décadas del 700, comienzan a cambiar la perspectiva del lado caraqueño, porque los intereses toman otra dirección con el avance de la colonización hacia ese extremo.
      Aparece entonces en escena Don Alejandro Blanco Villegas, Provincial de la Santa Hermandad en el Cabildo caraqueño, personaje de prosapia y valimiento en los medios provinciales. Hacia 1714 hacía suyo el proyecto de los Misioneros de Píritu y obtenía una Real Cédula en que se le nominaba Capitán Poblador de esa Fundación. En tal carácter se le confiaba el encargo de fundar uno o dos pueblos de indios en la ensenada de “Guiguerote, costa de la ciudad de Caracas”, con los indígenas profugados de las Misiones de Píritu que se recogieran en la Provincia con tal fin.
     En el fondo de aquella repentina dedicación fundacional parecía agitarse, más que un interés altruista un propósito personal para promover y fomentar sus propios intereses. En efecto, en1771 Don Alejandro Blanco de Villegas había logrado del Gobernador y Capitán General Don Fernando de Rojas y Mendoza, también Juez  Subdelegado para la Composición de Tierras, la confirmación de la propiedad de las tierras del Valle de Curiepe.
      Dicho Valle le había sido otorgado al padre de Don Alejandro, el Capitán Don Juan Blanco de Villegas, por el Gobernador Don Pedro de Porres y Toledo, el 5 de enero de 1663, y pagó por ello 450 pesos. A su muerte, dichas tierras le correspondieron por tercias partes a sus hijos Don Alejandro, Doña Adriana y Doña Francisca Blanco. A esta comunidad hereditaria le fue concedida la referida nueva composición por el precio de 50 pesos, en atención a lo pagado anteriormente y a os méritos de sus antepasados, pero debían traer confirmación de la Real Audiencia de Santo Domingo.
       Aquella merced de tierras, aunque no precisaba sus límites, comprendía conforme al título el extenso Valle de Curiepe, el cual se aspiraba a alargar hasta Cabo Codera y las costas de Higuerote. Era una región todavía inculta y despoblada para esos años iniciales del 700. Las haciendas cacaoteras comenzaban a proliferar en el paisaje de los contiguos Valles de Capaya y Caucagua. Pero los cultivos apenas se habían asomado a Mamporal, y no habían avanzado más allá de las estribaciones montañosas de Cáculo, la fila que separa los Valles de Capaya y Curiepe.
      Ya fuese por el incremento del comercio cacaotero o el desarrollo que se había iniciado en la Provincia, en esos años comienza una acelerada expansión de las regiones cultivadas. Había una progresión constante en la apertura y colonización de nuevas tierras para las labores de cacao. Esa colonización avanza desde Guarenas hacia la región barloventeña, que principia a ser domeñada. Igual sucedía hacia las tierras de Orituco, al Sur de Caracas, y mucho más tarde se hará en el bajo Tuy y sus Valles ribereños de Panaquire y El Guapo.
      Con el auge de los cultivos cacaoteros era de suponerse, pues, que los Blanco Villegas aspiraban a incorporar sus tierras de Curiepe a ese desarrollo agrícola. Para ello era favorable coyuntura la posible fundación del pueblo de indios en la ensenada de Higuerote. No tan sólo por la posible mano de obra barata y cercana que proporcionaría dicha población, sino por la consiguiente apertura de un puerto en aquella zona, hasta entonces vedada al tráfico. Tampoco podía estar ausente en Don Alejandro la natural vanidad de titularse Capitán Poblador, lo que añadiría nuevos lustres a sus blasones familiares.
      Se unían así las dos perspectivas pobladoras, a caraqueña y la oriental, para tratar de fundar el pueblo indígena de la ensenada de Higuerote y dar así cumplimiento a tantas Reales Cédulas que lo ordenaban. Pero también esta ocasión se fracasa y todo se queda en proyecto. No obstante la coyuntura favorable que se daba en ese momento, los escollos y tropiezos consabidos estaban todavía vigentes. A ello vino a sumarse las discrepancias existentes entre los Superiores del as Misiones de Píritu y uno de sus súbditos, el Padre Fray Andrés López, quien por su propia cuenta tomó a sus cargo esa tarea pobladora.
     
      Fracasa en Aricapano la jornada recolectora de Fray Andrés López.

       El Padre López, recién llegado a las Misiones de Píritu en 1715, tuvo diversas controversias con su Superior. Se encontraba imbuido por un ferviente aunque exagerado espíritu evangelizador, que lo impulsaba a entregarse a la directa conversión de los indios infieles, aún sin someterse a las reglas disciplinarias. En tal virtud luchó infructuosamente por ser enviado como Misionero de primera línea, a reducir y evangelizar a los indígenas tierra dentro.  Pero sus reiteradas peticiones en tal sentido le fueron negadas por los Superiores, entre otras cosas, debido a su falta de conocimiento del idioma indio y de sus costumbres y psicología. Apenas consiguió lo destinaran a sr simple Coadjutor de otros misioneros, para ayudarlos en sus tareas.
     En una de esas ocasiones lo enviaron a los pueblos del Tocuyo, Puruey y Chupaquire, contiguos a los límites de las Provincias de Cumaná y Caracas, a fin de suplir temporalmente al titular. Mientras se encontraban allí en esos menesteres, el Capitán Don Alejandro Blanco Villegas se inteligenció con él para realizar una jornada tierra adentro, en busca de indios fugitivos de Píritu.
     Una vez recolectados dichos indígenas serían llevados a la Ensenada de Higuerote, a donde se procedería a formar con ellos uno o dos pueblos en los lugares más covenientes, y con las formalidades de estilo. La expedición iría bajo la dirección del dicho Misionero, y la escolta de 50 soldados al mando del Capitán Don José de Rojas y Sandoval, nombrado su Teniente por Blanco Villegas.
       A mediados de 1776 la expedición se internaba en los llanos de la provincia de Caracas, en la jurisdicción de la ciudad de San Sebastián de los Reyes. Transitaron buena parte de dichas comarcas hasta el río Orinoco, y en sus correrías pudieron recoger una cierta cantidad de indígenas de diversas naciones. En el sitio de Marcapra (sic por Mocapra) se toparon con la fuerte resistencia de un numeroso grupo de indígenas que por allí habitaban. En la refriega resultaron tres indios muertos y heridos cuatro soldados. Con la copiosa cosecha de indígenas que habían  reducido en la jornada, la expedición pasó por el sitio de Aricapano, el actual Barbacoas de Aragua, en donde se encontraba de Cura el Licenciado Jerónimo de Rebolledo.
      El Padre Rebolledo poseía un hato en el sitio del Islote, a una legua de Aricapano. Condolido de los pobres indios que vagaban por los contornos, desarraigaos de sus lugares de origen, el dicho Cura Rebolledo había reunido a unas siete familias de los fugados de las Misiones de Píritu, y los pobló en su hato, en donde tenía un Oratorio. A este núcleo inicial agregó después otros indígenas, entre ellos unos de nación Güire, de la Paragua, que en parte se le huyeron. Más tarde el Licenciado Rebolledo trasladó su hato al sitio de Belén, y pobló a los indígenas en el sitio de Aricapano, llamado también Barbacoas.
       A este pueblo de Aricapano recaló, ya de regreso, la expedición del Padre Fray Andrés López, con su escolta y los indios apresados en sus correrías. Ya habían corrido las noticias de aquella jornada y la contienda bélica de Mocapra. Los Justicias de San Sebastián de los Reyes se apresuraron a abrir un proceso por la invasión de su jurisdicción, y por el suceso sangriento de Mocapra.
      Por tal motivo se encontraba en el pueblo de Aricapano el Alcalde Ordinario de San Sebastián de los Reyes, Don José de Torrealba en prosecución de la correspondiente averiguación. Noticioso de la llegada de los expedicionarios, se opuso rotundamente a que se marchasen con los indios apresados, entre tanto llegaba una resolución del Gobernador  de Venezuela sobre el asunto El Padre Rebolledo, por su parte, elevó también sus informes al Gobernador y solicitó le fuesen dejados los dichos indios para agregarlos al pueblo de Aricapano.
       E definitiva el Gobernador Don marcos de Betancourt y Castro ordenó entregar los indios recogidos al Padre Rebolledo, en calidad de depósito. En l recibo otorgado por este Cura Doctrinero, a 15 de noviembre de 1716, aparece recibiendo de manos del referido Alcalde Torrealba 142 indios, de los cuales 92 eran de nación Güire, hombres y mujeres, 22 de Nación Píritu, y 27 de otras procedencias.

       Los problemas de Fray Andrés López

       El padre Fray Andrés López no se conformó con aquel fracaso y pasó a Caracas con ánimo de reclamar. Según afirmaba él mismo: “Pedí a mi Prelado licencia para parecer en juicio a pedir y demandar dichos indios, y simultáneamente l agravio que cierto inmediatamente se hacía a vuestro Real servicio en no poblar dicho sitio del Gigerote (Higuerote), por ser como es el puerto donde se favorecen las embarcaciones piratas y hacen sus carenas, que de ordinario lo tienen ocupado”.
       No obstante aquella autorización solicitada a su Provincial, el Padre López, quien como puede verse de la documentación citada no se distinguía mucho por su sometimiento a las autorizaciones y licencias de sus Superiores, hizo por su cuenta una reclamación de los indígenas al Gobernador Betancourt y Castro, la cual motivó a su vez informes desfavorables de éste contra la acción del Fraile. Por su parte el Comisario de Píritu Fray Cristóbal de Molina, Superior del Padre López, inquieto por los informes recibidos y disgustado por la actitud del fraile, rayan en la desobediencia, le contestó con un rechazo total a su petición. Más aún, extremando su acrimonia contra el Padre López lo desterró de las Misiones de Píritu, por su inobediencia al hacer la jornada sin su autorización, por su inhabilidad para aprender las lenguas indígenas. Dispuso, por tanto, se incorporase a la Provincia Franciscana de Méjico.
       Las desavenencias del Padre López con su Superior de Píritu, debieron motivar alguna fricción con la Comunidad Franciscana de Caracas, porque en vez de hospedarse en su Convento lo hizo en el e los Dominicos de San Jacinto, en donde residió por unos seis meses.
       Al llegar a sus manos la Patente del Comisario de Píritu para dirigirse a Méjico, el Padre López solicitó al Gobernador de Caracas licencia para embarcarse, pero le fue denegada por no pertenecer a su jurisdicción. Con tal fin se dirigió a Cumaná y pidió el pase al Gobernador de esa Provincia, Don José Carreño, quien comprendiendo la extrema severidad que se había usado con él, anuló la orden del Comisario. También desde España le llegó poco más tarde al Padre López su reivindicación, pues el Comisario General de la Orden revocaba su traslado a Méjico y lo reincorporaba a sus Misiones de Píritu.
       Por su parte el Capitán Don Alejandro Blanco de Villegas se mantendrá al margen de esas competencias y abandonará sus sueños pobladores en Higuerote, sin intentar más aventuras recolectoras, como la del Padre López. Blanco de Villegas se convertirá luego en enemigo declarado de las fundaciones poblacionales en esa zona, en especial en el Valle de Curiepe. En ello tendrá marcada influencia una situación de índole personal, entre él y uno de sus libertos, el Capitán Juan del Rosario Blanco, quien asume allí un papel principal como fundador.
      
Hasta avanzado el siglo XVIII, Higuerote se mantendrá ayuno de poblamiento.

       Todavía en 1744, los Misioneros Franciscanos de Píritu volverán a tantear de nuevo la fundación en Higuerote. De acuerdo con el Gobernador de Cumaná, Gregorio Espinosa, lograron obtener licencias del Gobernador y Prelado de la Provincia de Venezuela, para hacer la recogida de los indios fugitivos de las Misiones. Se asignó a Fray Francisco Ledesma para la jornada de los llanos, y a Fray Antonio Caulín, con la escolta de Antonio de Barrios, para recoger  a los de la Costa y haciendas de la Provincia. Sin embargo, también se frustró el nuevo intento, porque Gobernadores y Prelados revocaron la autorización.
       El fracasado proyecto del pueblo de indios de la Ensenada de Higuerote, se quedará en el olvido. Otras posibilidades poblacionales van a incidir sobre esta región. A pesar de ser un sitio tan adecuado por su condición de puerto para fundar una población, Higuerote se mantendrá huérfana de poblamiento hasta ya avanzado el siglo XVIII, cuando nace como agregación espontánea. A través de todos esos años continuará figurando como sitio de refugio y escondite de piratas y contrabandistas, y posible entrada de enemigos.
       En 1720 Don Antonio Alejandro Blanco Infante, Alcalde Ordinario de Caracas, tuvo noticias del arribo a Higuerote de una balandra en donde venían unos extranjeros. Recelando la posible amenaza de enemigos, de los cuales podían ser espías los recién llegados, ordenó tomar precauciones y levantar una Información. En definitiva aquello no pasó de ser una inocente recalada de una nave en apuros.
       Según las declaraciones obtenidas, se trataba de tres indígenas, un negro y un francés provenientes de la Isla de San Vicente, a Sotavento de Martinica. Habían salido de Martinica hacia la Isla nativa, en un pequeño balandro, con intenciones de pescar y comerciar con carey y otros productos. Pero los temporales los habían desviado de su ruta y con la embarcación muy maltratada habían venido a surgir a Higuerote, en donde recalaron más muertos que vivos. En vista de que no tenían recursos para mantenerse y reparar la balandra, se vinieron a Caracas por tierra pasando por Capaya y Guarenas, en donde se quedó enfermó el francés. Como no había indicios de peligro, el Alcalde ordenó dejar en libertad los extranjeros y darles ayuda para reparar su nave.
       Pocos años más tarde aparecía el pueblo de morenos libres de Curiepe, situado tierra adentro en el Valle de ese nombre, cuya continuación natural eran las Abans de Aguasal, El Oro e Higuerote. Sus habitantes  constituirán por mucho tiempo el único asentamiento humano en las cercanías de ese paisaje costeño. Por cierto que el Padre Caulín destacaba allí, la abundante presencia de Hicacos. “En la Ensenada de Higuerote y Playas de su Costa, decía, se crían unas matas muy acopadas, y bajas, cuyos frutos llaman Gicacos (sic. Por Hicacos), parecidos a los Albaricoques, o Albarillos de Europa; la médula aunque poca, es muy suave y blanca, nada olorosa, pero cocido en almíbar, es la conserva más delicada y apreciable de esta Provincia”.
      Desde los remotos indígenas, Higuerote era punto obligado en el tráfico caminero que iba o venía de Oriente por la ruta de la costa, y se internaba montaña adentro por Capaya y Guarenas hacia Caracas. No obstante la condición marítima de la región y el desarrollo de las haciendas de cacao en los Valles comarcanos, que deberían haber tenido por allí su natural salida, durante buena parte del siglo XVIII estuvo vedada la utilización de sus puertos. Sólo los contrabandistas eran los beneficiarios de esta prohibición y de la despoblación que había en la zona.
      En 1773 Don Teodoro Fernández Monascal, Teniente de Real Hacienda de Caracas, la situación que se presentaba en Higuerote y demás puertos de esa costa con las embarcaciones que allí arribaban. El dicho Teniente solicitaba se le diese autorización para fabricarle a la Real Hacienda una Casa de Resguardo en la Playa de Higuerote, con un costo de 200 pesos, en donde tendrían un asiento el Cabo y  los Celadores. En esa forma se tendría mayor cuidado “de los Reales derechos, que se adeudaban por las embarcaciones y lanchas de Barcelona, provincia de Cumaná, que van a expender varios víveres a aquel Valle, que dista cuatro leguas del pueblo más inmediato, y sacan el cacao sin pagar los derechos”.
       Los Oficiales de Real Hacienda de Caracas acogieron la solicitud y la presentaron al Gobernador José Carlos de Agüero, quien opinó en forma contraria y ordenó no se innovase en la práctica seguida hasta entonces. De todas maneras el expediente subió al Consejo, y con los informes de la Contaduría General y del Fiscal, se desechó la petición en 1777. Se basaba la resolución, en que la negativa del Gobernador debía estar fundada en un conocimiento más directo del asunto, y que debía estar instruido “de que los motivos que impulsaron al mismo Teniente, o contenían otro fin  diverso del que aparentaba, o que de hacerse esta mutación padecería el Erario mayores quebrantos”.
       Cabe recalcar la información, de que el sitio de la Playa de Higuerote donde se proponía fabricar la casa de Resguardo, “distaba cuatro leguas largas de toda población”. Lo cual significaba que para esa época, 1773 había una total despoblación en la zona, y no existía ningún vecindario en Higuerote.
      Sin embargo, por ese mismo tiempo ya se había concedido permiso para sacar los cacaos de esa región por Higuerote y Paparo, y ya existían en ambos lugares una Casa Almacén para depositar los cacaos que se iban a embarcar. Para 1773 la Compañía Guipuzcoana, con el argumento de combatir el comercio ilícito, se hizo “cargo del transporte de los cacaos de los Valles de Capaya y sus circunvecinos desde la ensenada de Higuerote, por lo cual se hace su exportación, al puerto de La Guaira, y del de Panaquire y sus adyacentes, desde la boca del Río Paparo al mismo de La Guaira”.  La Compañía Guipuzcoana ofreció no cobrar el flete de cuatro reales que se llevaba de ordinario por cada fanega de cacao, siempre que los cosecheros para efecto de recibir los frutos, construyeran sendos Almacenes en Higuerote y Paparo. 
      Los otros transportistas particulares cesaron en su tráfico, y la Guipuzcoana ya asegurado el monopolio del transporte, comenzó a cobrarles flete y descuidó el envío regular de embarcaciones. Esto motivó diversas quejas, como la que hiciera en 1779 el Conde de San Javier a nombre de los hacendados de la región, al Intendente de Real Hacienda, de la que se hizo solidario el Cabildo de Caracas en su sesión de 22 de noviembre de ese año.
      Según alegaban los cosecheros, los Factores de la Compañía a más de incumplir su convenio no enviaban suficientes barcos a Higuerote, de manera que había detenidas en las haciendas de los Valles circunvecinos muchas fanegas de cacao. El último barco llegado allá, sólo transportó 700 fanegas y dejó de cargar otras 1.300, “que con efecto habían empezado a aprontar en el embarcadero de Higuerote distintos cosecheros (entre los cuales fue uno el Mayordomo del Conde de San Javier), quienes se vieron en la sensible necesidad de hacerle retornar desde dicho embarcadero a sus haciendas y volverlo a encerrar en sus trojes, que distan de la playa medio día largo de camino, recibiendo no sólo el perjuicio de su vano porte, sino lo que es más, el de su detención en aquel territorio que no sufre mucho tiempo su conservación”.
FUENTES:

- ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN. Reales Cédulas. Sección Segunda. Tomo 2º Folio 185.
 -FRAY ANTONIO CAULÍN. Historia de la Nueva Andalucía,      Caracas, 1966.
-Las Misiones de Píritu. Documentos para su Historia. Caracas, 1967.
-JOSEPH DE OVIEDO Y BAÑOS. Tesoro de Noticias. Caracas, 1971.
-DON PEDRO JOSÉ DE OLAVARRÍA. Instrucción General y Particular del Estado Presente de la Provincia de Venezuela en los años 1720 y 1721. Caracas, 1965.
-ACTAS DEL CABILDO DE CARACAS. Año 1779. Transcrito por Enrique Bernardo Núñez en “Cacao”, Caracas, 1972.
-CASTILLO LARA LUCAS GUILLERMO, Apuntes para la Historia Colonial de Barlovento, Caracas, Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia Nº 151, Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela, 1981, pp. 715.

Recopilación de: Adrián Monasterios. Cronista Oficial del Municipio Bolivariano de Brión. 

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