El 20 de noviembre al salir el sol nos hallábamos adelantados lo bastante para que pudiésemos esperar doblar el cabo dentro de algunas horas. Contábamos con llegar el mismo día a La Guaira, mas nuestro piloto indio tuvo miedo otra vez a los corsarios estacionados cerca de ese puerto. Parecióle, prudente ganar la tierra, fondear en el puertecillo de Higuerote, que ya habíamos pasado, y aguardar la noche para continuar la travesía. Cuando a personas que sufren de mareo se les ofrece el medio de desembarcar, es seguro qué resolución van tomar. Las exhortaciones eran inútiles y hubo que ceder. El 20 de noviembre, a las 9 de la macana, estábamos ya enrumbados en la bahía de Higuerote, al Oeste de la boca del rio Capaya.
Ni aldea ni fundo encontramos allí, sino dos o tres cabañas habitadas por unos pobres pescadores mestizos. Su tez lívida y la flacura extrema de los hijos nos recordaron que este sitio era uno de los más malaricos y malsanos de toda la costa. El mar tiene tan poco fondo en estos parajes, que la barca mas pequeña no puede bajarse a tierra sin andar antes dentro el agua. La selva se adelanta hasta la playa, que esta cubierta de un espeso boscaje de Mangles, Avicennia, Manzanillos, y de una nueva especie de Suriana que los indígenas llaman ROMERO DE LA MAR, (Suriana marítima). Es a este boscaje, sobre todo a las exhalaciones de los manglares al que aquí como en todas las demás partes de las Indias, se atribuye la extrema insalubridad del aire. Al desembarcar, aun no bien internados en 15 o 20 toesas, percibimos un aliento insípido y dulzaino, que me recordaba al que despide, en las galerías de las minas abandonadas, ahí donde las lámparas empiezan a apagarse, el maderamen cubierto de Biso coposo. La temperatura del aire se elevaba a 34, a causa de la reverberación de las arenas blancas que formaban una barrera entre los manglares y los arboles de alto porte de los arboles de la selva. Como el fondo es bajo y de una suave pendiente, las pequeñas mareas bastan para cubrir y dejar en seco alternativamente las raíces y parte del tronco de los mangles. Sin duda mientras calienta el sol los palos húmedos y provoca, por decirlo así, la fermentación del suelo fangoso, los detritos de las hojas caídas y los moluscos envueltos en los restos de las algas flotantes, es cuando se forman esos gases deletéreos que logran escapar a nuestras investigaciones. Vimos en toda la costa tomar un color moreno amarillento el agua del mar allí donde esta en contacto con los manglares.
Penetrado de este fenómeno, recogí en Higuerote una cantidad considerable de ramas y raíces para intentar, desde mi llegada a Caracas, algunos experimentos sobre la infusión de leño de mangle. La infusión, hecha en caliente, era de color moreno y de gusto astringente. Mostraba ser una mezcla de materia extractiva y tanino. El Rhizóphora, el Muérdago, el Cornejo, todas las plantas que pertenecen a las familias naturales de las Lorantáceas y Caprifoliáceas, tienen iguales propiedades. La infusión de mangle puesta en contacto por doce días bajo una campana con el aire atmosférico, no perdió sensiblemente su transparencia. Se formaba un pequeño deposito coposo negruzco, mas no había absorción sensible de oxigeno. La madera y las raíces del mangle, puestas bajo el agua, fueron expuestas a los rayos del sol. Quería imitar lo que diariamente opera la naturaleza en las costas durante la marea creciente. Se desprendieron burbujas de aire que en doce días formaron un volumen de 33 pulgadas cubicas. Era un mixto de nitrógeno y acido carbónico. El gas nitroso apenas indicaba la presencia del oxigeno (en 100 partes, 84 de nitrógeno, 15 de acido carbónico que no había absorbido el agua, 1 de oxigeno). Por ultimo, en un frasco de tapa esmerilada hice obrar madera y raíces de mangle fuertemente humedecidas sobre aire atmosférico de un volumen determinado. Desapareció todo el oxigeno; y lejos de hallarse reemplazado por acido carbónico, el agua de cal no indico de este sino 0,02. Hubo aun todavía una disminución de volumen mas considerable que la que le correspondía al oxigeno absorbido. Este trabajo, apenas esbozado, me conducía a creer que son la corteza y la madera húmedas las que obran sobre la atmosfera en los bosques de mangles, y no la capa de agua de agua de mar fuertemente teñida de amarillo que forma una zona particular a lo largo de las costas. Siguiendo los diferentes grados de descomposición de la materia leñosa, no he observado trazas de este desprendimiento de hidrogeno sulfurado al que varios viajeros atribuyen el aliento que se percibe en medio de los mangles. La descomposición de los sulfatos terrosos y alcalinos y su paso al estado de sulfuro favorecen sin duda ese desprendimiento en varias plantas litorales y marinas, por ejemplo en los fucos; pero mas bien me inclino a creer que el Rhizóphora, la Avicennia y el Conocarpus aumentan la insalubridad del aire por la materia animal que encierran juntamente con el tanino. Estos arbolitos pertenecen a tres familias naturales, las Loranteas, las Combretáceas y las Pirenáceas, en las que abunda el principio astringente, y mas arriba he indicado que este principio acompaña a la gelatina, aun en nuestras cortezas de haya, aliso y nogal.
Por lo demás, un boscaje frondoso, que cubre terrenos limosos, esparciría exhalaciones nocivas en la atmosfera, aun estando compuesto, de arboles que por si mismos no tienen propiedad alguna deletérea. Dondequiera que se establecen los mangles a la orilla del mar, la playa se puebla de infinidad de moluscos e insectos. Estos animales gustan de la sombra y la luz difusa; hallan un refugio contra el choque de las olas entre ese andamiaje de raíces espesas y entrelazadas que se elevan como un enrejado sobre el ras de las aguas. A este enrejado se pegan las conchas, a los brazos doblados que buscan la tierra quedan colgadas las algas que los vientos y la marea arrojan a las costas. Es de ese modo como las selvas marítimas acumulando un limo cenagoso entre sus raíces, agrandan el dominio de los continentes; mas a medida que ellas invaden el mar, no aumentan casi en anchura, y aun su adelantamiento mismo es causa de su destrucción. Los mangles y otros vegetales con las cuales viven constantemente en sociedad perecen a proporción que se desea el terreno y que ya no están bañados por el agua salada. Sus viejos troncos, cubiertos de caracoles y medio enterrados en la arena, marcan siglos después la vía que han seguido en sus migraciones tan bien como el límite del terreno que han conquistado al océano.
La bahía de Higuerote posee una situación muy favorable para el examen del cabo Codera, que en toda su anchura se muestra allí, a seis millas de distancia. Este promontorio es más imponente por su masa que por su elevación, la que, según ángulos de altura tomados desde la playa, no me pareció mayor de 200 toesas, siendo el ángulo aparente de 1 25` 20”. Está cortado a pico por el Norte, el Este y el Oeste. En estos grandes perfiles piensa uno reconocer la inclinación de las capas. A juzgar por los fragmentos de rocas que se hallan a lo largo de la costa, y según las colinas cercanas a Higuerote, el cabo Codera esta compuesto, no de granito con textura granujienta, sino de un verdadero gneis con textura foliácea. Las hojas son muy anchas y a veces sinuosas (dikflasriger Gnesis); encierran grandes nódulos de feldespato rojizo y poco cuarzo. La mica se halla en pajillas superpuestas, y no aislada. Las capas mas cercanas a la bahía estaban dirigidas N. 60 E., e inclinadas 80 al Noroeste. Estas relaciones de dirección e inclinación son iguales en el gran monte de la Silla, cerca de Caracas, y parecen demostrar que la cordillera primitiva de este istmo, después que el mar la hubo destrozado o dragado en una longitud de 35 leguas, entre los meridianos de Manicuares e Higuerote, reaparece de nuevo en el cabo Codera y continúa hacia el Oeste como cadena costanera.
Me han asegurado que el interior de las tierras, al sur de Higuerote, se hallan formaciones calcáreas. En cuanto al gneis, no obraba sobre la brújula. Sin embargo, a lo largo de la costa, que forma una ensenada hacia el cabo Codera y que está cubierta por una hermosa selva, he visto arena magnética mezclada con pajillas de mica depositadas por el mar. Este fenómeno se repite cerca del puerto de La Guaira; y anuncia quizá la existencia de alguna capa de esquisto anfibólico encubierta por las aguas en las que está diseminada la arena. Hacia el Norte forma el cabo Codera un inmenso segmento esférico. Al pie se prolonga un terreno muy bajo que conocen los navegantes con los nombres de PUNTAS DEL TUTUMO y de SAN FRANCISCO.
Tan hondamente se espantaban mis compañeros de viaje del balance de nuestra embarcacioncilla en un mar en un mar gruesa y picada, que resolvieron seguir por tierra el camino que lleva de Higuerote a Caracas, el cual pasa por un país húmedo y silvestre: la montaña de Capaya al Norte de Caucagua, el valle del río Guatire y Guarenas. Ví con satisfacción que el Sr. Bonpland prefería esa misma vía, que a pesar de las continuas lluvias y las inundaciones de los ríos, le ha procurado una rica colección de plantas nuevas. Por lo que hace mí, continúe solo, con el piloto Guaiquerí, el trayecto por mar, pareciéndome arriesgado separarme de los instrumentos que habían de servirnos en las orillas del Orinoco.
Nos hicimos a la vela al venir la noche. El viento era poco favorable, y nos fue muy dificultoso doblar el cabo Codera; las ondas eran cortas y se estrellaban unas con otras. Preciso era haber experimentado la fatiga de un día excesivamente caluroso para dormir en un barquichuelo que singlaba cerrándose con el viento. El mar estaba tanto más alto cuanto que el viento fue contrario a la corriente hasta pasada la media noche. El movimiento general que experimentan las aguas entre los trópicos hacia el Oeste no se hace sentir en las costas bastante a lo vivo sino durante dos terceras partes del año. En los meses de septiembre, octubre y noviembre sucede con harta frecuencia que la corriente lleva hacia el Este (corriente para arriba) durante quince o veinte días arreo. Se han visto navíos en camino para La Guaira o Puerto Cabello que no podían remontar contra la corriente que se dirigía de Oeste a Este, bien que tuviesen viento en popa. Hasta ahora no ha podido descubrirse la causa de estas anomalías. Los pilotos piensan que son efectos de algunos ventarrones del Noroeste en el golfo de México; no obstante, esos ventarrones son más fuertes en la primavera que en el otoño. Es también de notar que la corriente hacia el Este precede al cambio de la brisa: comienza desde luego a hacerse sentir en tiempo de bonanza, y después de algunos días el viento mismo se va con la corriente fijándose al Oeste. En el transcurso de estos fenómenos no se interrumpe en modo alguno el funcionamiento de las pequeñas mareas barométricas.
El 21 de noviembre al salir el sol, nos hallamos al Oeste del cabo Codera, frente a Curuao (Caruao).
FUENTE: DE HUMBOLDT, Alejandro
Viajes a las Regiones Equinocciales del Nuevo Continente.
Recopilacion: Cronista del Municipio Brion Adrian Monasterios
Recopilacion: Cronista del Municipio Brion Adrian Monasterios
en que año se hizo este viaje
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